El mito de la creación es recurrente en todas las religiones de la Historia de la Humanidad. Dar una explicación al origen y la causa primera de todo lo que nos rodea y nos afecta como humanos ha sido y es una de las primeras de nuestras preocupaciones. Ese Deux ex machina, el motor primigenio que puso a todo el Universo en funcionamiento ha sido descrito e imaginado desde los albores de la humanidad. En la actualidad e, incluso, en ambientes alejados del misticismo o la religión, la idea que ha calado en el imaginario de las personas es la de un vacío previo, la NADA, seguido de una gran explosión que tras miles de millones de años de expansión y fuerzas cósmicas termina por germinar vida. La explicación científica respecto a este tema no dista mucho de la que concibieron las élites egipcias en un tono puramente mítico y religioso. Tales parecidos no son mera coincidencia sino prueba de que nuestra concepción de la creación del universo permanece remanente y ligada a la que fue creada hace más de 5.000 años para dar respuesta a las inquietudes existenciales de los egipcios y, de paso, tener un herramienta más de control.
La monarquía egipcia hizo suya una tradición muy anterior al momento en el que consiguió tener bajo su control todo el Valle del Nilo. La cosmogonía que terminó por imponerse se había ido elaborando en la ciudad denominada por los griegos como Heliópolis, ciudad del Sol, muy cerca de la actual Cairo. Una ciudad religiosa con poderosos sacerdotes bajo su administración y gobierno. Los egiptólogos han denominado a tal fenómeno como solarización de la monarquía egipcia, que desembocó en la idea de que los faraones fueran considerados hijos del Dios Sol. Esta nueva titulatura aparece en la III dinastía pero no se generalizó hasta finales de la IV y durante la V. Y tardó en desaparecer, dado que los reyes de las monarquías absolutistas europeas aún consideraban que ostentaban su cargo y poder por derecho divino.
Podemos considerar que hubiera tradiciones y cosmogonías diversas y de carácter local en cada una de las ciudades pero la considerada como oficial, la que fue plasmada en sus textos y paredes y ha llegado hasta nosotros, debió recoger los aspecto esenciales y comunes que todas compartían pues sino no hubieran sido aceptada y su poder de control no hubiera sido tan efectivo. La doctrina heliopolitana de la creación fue adaptada para introducirla como la cosmogonía solar del antiguo Egipto.
Esta es una pequeña síntesis de la cosmogonía egipcia. Antes de la creación existía el Nun, un universo acuoso, en tinieblas y en completo silencio. Lo primero que emergió de la Nada fue el Benben o la Colina Primordial inspiradas por las primeras colinas emergidas cuando se producía la retirada de la crecida anual del Nilo. En un segundo momento de la creación aparece el pájaro primordial y su grito (implica la aparición del sonido frente al silencio). Este ente se representaba bajo la forma del ave Benu (lavandera egipcia o garza real). En última instancia aparece el dios solar, Atum, que baña de luz lo que antes había permanecido en las tinieblas. El demiurgo solar se manifestaba bajo tres apariencias diferentes según el momento del día:
- Khepri: era el sol del amanecer. Con forma de escarabajo o forma humana con cabeza de escarabajo.
- Re: representaba al sol cenital, del mediodía. Representado en forma de Halcón tocado con el disco solar y el ureo.
- Atum: representaba al sol del ocaso. De forma humana y portando la doble corona.
El dios solar fue el encargado de crear la primera pareja divina a partir de líquidos emitidos de su cuerpo (vómitos, semen, etc). Shu (el aire) y Tefnut (humedad o luz). Shu creó, a su vez, la Tierra, Geb, y el Cielo, Nut. En ese momento se produce la separación del Cielo y la Tierra. Cuestión muy importante en todas las religiones pues se delimita y diferencia el espacio de los dioses y las personas. Del emparejamiento de estos dos dioses surgirá la cuarta generación de dioses, el ciclo osiriaco: Osiris, Isis, Seth y Nephthys. Estos nueve dioses conformaban la Enéada de Heliópolis.
El Benben era una roca meteórica, caída del cielo y por eso debió ser venerada y considerada como una clara alegoría de la Colina Primordial.
Sin duda existió un templo que albergase el Benben pero no ha sido descubierto aún, ni la piedra propiamente dicha. Lo que sí disponemos es la planta de muchas de esas “imitaciones” del templo que albergaba la roca primigenia y que nos puede dar una idea de como era. Los templos solares eran estructuras que complementaban el culto funerario del faraón tras su muerte. Se componían de un recinto amurallado que daba acceso a un patio interior dónde se encontraba un altar a cielo abierto (lo que difería de la norma) para el culto al dios solar y un obelisco construido sobre un podio al oeste del altar, evocando la posición del Benben en el templo originario.
La importancia de meteoritos durante el periodo formativo egipcio no sólo queda patente en sus creaciones mitológicas sino también en la elaboración de sus rituales y los ítems empleados en ellos. Es del todo probado que la Edad del Hierro en Egipto se adelantó unos miles de años debido a la elaboración de utensilios, sobre todo de carácter ritual, con el mineral extraído de meteoritos férricos (sideritos) que cayeron y fueron avistados en el desierto egipcio durante miles de años.
En análisis realizados sobre cuentas de hierro del período predinástico egipcio procedentes del yacimiento de Gerzah, se detectó una composición del 92.5% de hierro y 7.5% de níquel. El alto porcentaje de níquel índica que se trata de una variedad de este mineral procedente del espacio exterior, que suelen contener entre un 5 y un 26% de dicho elemento. En el hierro telúrico o terrestre, sin embargo, excepto en vetas muy específicas, lo usual es no encontrar altos niveles de níquel, por lo que diferenciar el hierro telúrico del meteórico resulta sencillo. En el antiguo Egipto el hierro meteórico se le conocía como bia-en-pet “hierro del cielo”.
Esta imagen del Papiro de Hunefer (escriba de la XIX dinastía) muestra la escena del Libro de los Muertos correspondiente al ritual de apertura de la boca del difunto, uep-ra. Se puede ver el uso de uno esos muchos utensilios mágicos (el netjerti) y, también, la representación del Benben en clave decorativa y arquitectónica (derecha de la imagen).
Las estelas y los obeliscos son evocaciones de la forma de esa piedra primordial adecuándose a los nuevos cánones estilísticos y arquitectónicos, respectivamente. La obra máxima con la que los antiguos egipcios buscaron imitar lo más humanamente posible la Colina Primordial fue la pirámide. Este tipo de construcción representa los tres estadios de la creación de la cosmogonía heliopolitana:
- Símbolo creacional y, por tanto, re-creacional o resurrecional. Pirámide como lugar de enterramiento.
- Símbolo ascensional. Pirámide como lugar de culto (junto al templo solar asociado a ella).
- Nuevo ente creado por el hombre. Pirámide como marca en el paisaje de poder y dominio.